Marc Jansa Photographer

Sri Lanka

Inicio del Viaje

Todo comienza a raíz de una reserva en Home Exchange de nuestro piso en Barcelona para todo el mes de febrero. Esto nos obliga a salir del piso y a buscar opciones donde explorar y que el clima sea más favorable para esas fechas. Tras barajar varios destinos (de los 50.000 a los que nos gustaría viajar), nos decantamos por Sri Lanka, uno de los tres principales que teníamos en mente.

Con menos de una semana de antelación y sin haber investigado si se recomendaban vacunas específicas ni si necesitábamos visado, compramos los billetes sin darle muchas vueltas. Conseguir cita para vacunarnos con tan poca antelación fue complicado, pero al final lo logramos en un centro en Badalona, donde nos administraron un refuerzo de Hepatitis A y Fiebre Tifoidea (aunque no eran obligatorias).

Con el viaje ya confirmado, comenzamos a planificar la ruta con los lugares que más nos apetecía conocer. Sin embargo, con tan poco tiempo, no pudimos organizarlo todo, así que solo reservamos la primera noche de hotel. Como soy curioso, decidí ver si en Sri Lanka también utilizaban Home Exchange para gastar parte de nuestros puntos acumulados. En lugar de encontrar una casa que nos encajara, descubrimos un resort. ¡Sí, un resort maravilloso! Les escribimos y, para nuestra sorpresa, nos aceptaron. ¡Fue como ganar la lotería! Se trataba de Tabula Rasa, cerca de Koggala Lake, un lugar perfecto como base durante cuatro días, estratégicamente ubicado para explorar varios sitios de interés.

Con los primeros cinco días de viaje organizados, cerramos las maletas y nos dirigimos al aeropuerto. Primera parada: Doha, donde hicimos una escala de cuatro horas antes de tomar el segundo vuelo hacia nuestro destino final, Colombo.

Sabíamos que llegaríamos a primera hora de la mañana y, como en un principio no queríamos visitar la capital, decidimos ir directamente a Bentota. Al llegar, recogimos nuestras maletas, cambiamos euros por rupias ceilandesas y compramos una eSIM local para estar conectados. Parecía que ya teníamos todo listo para empezar a explorar el país, pero nos dimos cuenta de que aún no habíamos decidido cómo movernos por él.

Mucha gente recomienda alquilar un tuk-tuk en tuktukrentals.com, mientras que otros aseguran que el transporte público funciona muy bien. Como todo en este viaje, decidimos improvisar: tomamos el primer tuk-tuk taxi que encontramos y nos pusimos en marcha hacia nuestra primera parada. ¡Que empiece la aventura!

Ruta

 Negombo – Bentota – TR – Galle – Dalawella – TR – Mirissa – TR – Still Fishermans – TR – Unawatuna – TR – Whale Mirissa – TR – Tangalle –  Tissamaharama – Yala – Ella – Nuwara Eliya – Tricomale –  H – Polonaruwa – H – Sigiriya – H – Dambulla – Kandy – Colombo – Maldives – Negombo

TR: Tabula Rasa Resort *

H: Habarana *

Bentota

Ya rumbo a nuestra primera parada, con las maletas y mochilas acomodadas de cualquier manera en el tuk-tuk, empezamos a ser testigos del caos en las carreteras. Buses y coches adelantaban sin miramiento, sin importarles las motos, tuk-tuks, bicicletas o cualquier otro vehículo que se cruzara en su camino. Aunque las vías eran de dos carriles, uno en cada dirección, aquí se aprovechaba el espacio para tres o cuatro vehiculos, así que…o te hacías a un lado, o te echaban a la fuerza.

Desde nuestro asiento, justo detrás de nuestro piloto profesional, comenzamos a notar un cambio cultural abrumador. Templos budistas por doquier, algunos hinduistas e incluso alguna pequeña iglesia católica. Vacas y perros caminando tranquilamente por la carretera. Todo esto me hizo sentir un pequeño pánico: ¿Dónde nos hemos metido? ¿Será demasiado extravagante? ¿Podremos comer algo en este lugar? ¿Tres semanas aquí no serán demasiado?

Al llegar al hotel, dejamos las maletas en el suelo y nos desplomamos en la cama. Después de casi 24 horas sin dormir, un par de horas de descanso nos supieron a gloria.

Con las energías renovadas, retomamos nuestro plan turístico. Llamamos a otro tuk-tuk y nos dirigimos a nuestra primera visita: el Kande Vihara Temple, un templo con un Buda gigante dorado que se podía ver desde kilómetros de distancia. Subimos las escaleras y descubrimos la primera norma sagrada: para entrar a cualquier templo, hay que ir descalzo. Nos quitamos nuestras bambas de urbanitas y, aunque el suelo ardía, nos aventuramos a explorar su interior.

Dentro, nos encontramos con más estatuas de Buda, vibrantes pinturas murales, gente rezando, otras haciendo ofrendas con flores, quemando aceite en pequeños cuencos o clavando y encendiendo incienso en unos recipientes con base de arena. Después de sacar fotos y maravillarnos con nuestro primer templo budista, volvimos al tuk-tuk, donde nuestro conductor nos esperaba pacientemente.

Nuestro siguiente destino fue el Bentota Udakotuwa Temple, un templo flotante sobre el agua. Íbamos a conformarnos con tomar fotos desde la carretera, pero nuestro conductor del tuk-tuk, ahora transformado en nuestro guía, nos sugirió hacer el tour en barco por el río. Sin dudarlo, aceptamos. Nos llevó hasta un pequeño refugio, donde nos esperaba nuestro barquero, un muchacho que probablemente era menor de edad, pero con más experiencia que cualquier otro.

El recorrido fue fascinante. Navegamos entre una exuberante vegetación y observamos una sorprendente variedad de aves en un corto tramo del río. Me cautivó la diversidad de especies. También tuvimos la suerte de ver un lagarto enorme y majestuoso, similar a un dragón de Komodo, pero de menor tamaño. En lo alto de los árboles, los clásicos murciélagos que parecen sacados de una película de Indiana Jones dormían colgados de las ramas.

La travesía no solo nos llevó a conocer la fauna, sino que también nos adentramos en un túnel natural formado por raíces de manglares. Nos rodeaban por todas partes, hasta el punto de que a veces teníamos que apartar algunas para evitar perder el equilibrio en el barco.

Después de esta apasionante experiencia en nuestro primer día, volvimos a tierra firme, donde nuestro fiel conductor de tuk-tuk nos esperaba sin haberse movido un solo centímetro. Para cerrar la jornada, nos dirigimos a la playa para relajarnos, disfrutar de la puesta de sol y cenar con el sonido de las olas de fondo.

Al día siguiente nos despertamos pronto, nos calzamos y ponemos rumbo a Tabula Rasa, el resort caído del cielo. Esta vez, decidimos viajar en los buses locales, una oportunidad perfecta para observar de cerca cómo se mueve la gente del país en su día a día.

El taquillero del bus nos recoge las maletas y, sin demasiadas ceremonias, las lanza a un espacio en la parte trasera del vehículo. Luego, casi como si estuviéramos en plena competición, nos hace subir apresuradamente, sin darnos tiempo a asimilar si realmente hemos tomado el bus correcto.

Dentro, solo hay pasajeros locales, muchos intentando descansar. No sé cómo lo logran con un conductor que pisa el acelerador sin tregua, adelantando con audacia, tocando el claxon cada dos minutos y, por si fuera poco, con un joven que toca el tambor, dándole al trayecto un aire aún más auténtico.

Después de dos horas de viaje, llegamos a Galle, un punto más cercano a nuestro destino. Allí cambiamos el bus por nuestros inseparables tuk-tuks y recorremos el último tramo hasta, por fin, instalarnos en el resort y entregarnos al merecido descanso.

Tabula Rasa

Solo con mirar la foto que le acompaña a este texto ya podéis entender mi previa euforia y la suerte de haber sido aceptado por Anouk y Arnoud (los propietarios de Tabula Rasa). 

Solo tenemos palabras bonitas para este maravilloso lugar. 

Poder haber disfrutado de una villa privada con esta piscina y sus increibles vistas es solo el comienzo para poder describir lo encantados que estuvimos en él.

Arnoud, quien tuvimos el placer de conocer, nos recibió con una gran sonrisa y nos trato como si de uno de sus inquilinos VIP se tratara.

Este fue nuestro campo base por 6 días y además de lo mencionado, desayunamos hasta reventar todos los días. Era tan bestia su desayuno que nos dejaba sin hambre hasta la hora de cenar. Cenamos también varias noches allí y aunque en general en toda Sri Lanka comimos bastante bien, la comida de los chefs de Tabula Rasa fué una de las más deliciosas de todo el viaje.

El nivel fue tan alto del staff de recepción, del restaurante y limpieza fue sublime, haciéndonos este experiencia, algo inolvidable de por vida. Creo que es la primera y puede que la última que me he sentido tan mimado como uno de los protagonistas de la serie White Lotus.

Para más información os dejo el link a su website. www.tabularasaresort.com

Galle

Mañana Galle + Tarde en Dalawella Turtle Beach

Coconut Tree Hill

Mañana en Coconut Tree Hill a la tarde nos vamos a bañar y a visitar Parrot Rock tambien en Mirissa

Stilt Fishermans

Mañana Tabula Rassa + Stilt Fishermans a la tarde

Jungle Beach

Yala

Nuwara Eliya

Trincomalee

Sigiriya

Dambulla

Colombo

Tabula Rasa

Tabula Rasa

Tras nuestra primera experiencia en la antigua Ceilán, ponemos rumbo a Tabula Rasa, el resort caído del cielo. Esta vez, decidimos viajar en los buses locales, una oportunidad perfecta para observar de cerca cómo se mueve la gente del país en su día a día.

El taquillero del bus nos recoge las maletas y, sin demasiadas ceremonias, las lanza a un espacio en la parte trasera del vehículo. Luego, casi como si estuviéramos en plena competición, nos hace subir apresuradamente, sin darnos tiempo a asimilar si realmente hemos tomado el bus correcto.

Dentro, solo hay pasajeros locales, muchos intentando descansar. No sé cómo lo logran con un conductor que pisa el acelerador sin tregua, adelantando con audacia, tocando el claxon cada dos minutos y, por si fuera poco, con un joven que toca el tambor, dándole al trayecto un aire aún más auténtico.

Después de dos horas de viaje, llegamos a Galle, un punto más cercano a nuestro destino. Allí cambiamos el bus por nuestros inseparables tuk-tuks y recorremos el último tramo hasta, por fin, instalarnos en el resort y entregarnos al merecido descanso.

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